El debate sobre si la inteligencia artificial atraviesa una burbuja financiera vuelve a la mesa con las declaraciones de Sam Altman, CEO de OpenAI, quien reconoce la sobrevaloración en startups del sector, pero mantiene su fe en el impacto positivo de largo plazo. El mercado ha visto cómo compañías con apenas un prototipo logran levantar cientos de millones en capital, un reflejo del entusiasmo desmedido que recuerda a otros ciclos históricos de inversión. Sin embargo, Altman subraya que esta efervescencia es parte natural de la evolución tecnológica, con ganadores y perdedores inevitables.
El entusiasmo por la IA ha disparado el gasto en infraestructura. OpenAI, por ejemplo, ya firmó acuerdos con gigantes como Microsoft y Google Cloud, aunque Altman afirma que sus necesidades computacionales van más allá de lo que cualquier hiperescalador puede ofrecer. Este apetito insaciable por poder de cómputo ha impulsado a empresas como Amazon, Alphabet y Meta a elevar sus presupuestos de capital, llegando a cifras que superan los 70 mil millones de dólares en algunos casos. La apuesta común: la IA seguirá creciendo a un ritmo imparable.
Los analistas de Wall Street, como Dan Ives de Wedbush, consideran que la demanda de infraestructura de IA ha aumentado entre un 30% y 40% en meses recientes, validando el gasto agresivo de las big tech. Comparan el momento actual con las primeras fases de una revolución tecnológica, semejante a la llegada de internet, pero con fundamentos más sólidos. A diferencia de la burbuja puntocom, hoy hablamos de corporaciones con utilidades multimillonarias y flujos de caja positivos, lo que les permite financiar sus ambiciosos planes sin depender exclusivamente del crédito.
No obstante, persisten voces cautelosas. Joe Tsai, cofundador de Alibaba, alertó sobre una posible burbuja en ciernes, criticando que se construyan centros de datos sin demanda concreta, guiados más por la competencia que por la necesidad. Este exceso de capital podría dejar a muchos inversionistas “muy quemados”, como anticipa el propio Altman, recordando que en la era puntocom decenas de compañías desaparecieron pese a que de esa crisis surgió la internet moderna. La advertencia es clara: el progreso no está exento de turbulencias.
En última instancia, la pregunta no es si habrá caídas, sino cuánto valor real podrá sostenerse tras la euforia. Altman insiste en que el beneficio social de la IA será “enorme”, aunque implique pérdidas para algunos actores financieros. Si la historia tecnológica sirve de guía, la sobreinversión actual podría dar paso a avances que transformen sectores completos, desde la salud hasta el transporte. El desafío será diferenciar la especulación de las oportunidades genuinas, un terreno donde la visión estratégica pesará más que la fiebre del momento.
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