La figura de Shaquille O’Neal, ícono del deporte y personalidad mediática, ha quedado envuelta en una maraña legal tras su vinculación con FTX y el proyecto NFT Astrals. Su caso más reciente concluyó con un acuerdo confidencial por acusaciones de vender valores no registrados, tras haber protagonizado un anuncio promocional del exchange. Aunque afirmó estar “completamente comprometido” con la plataforma, luego confesó no entender el mundo de las criptomonedas. Este tipo de contradicciones deja al descubierto los riesgos de que figuras públicas respalden productos que no comprenden a fondo.
El historial de O’Neal no se limita a FTX. En 2024, fue obligado a pagar 11 millones de dólares tras promocionar y abandonar el proyecto NFT Astrals, lo que generó demandas que lo señalaron como vendedor activo de activos digitales no registrados. Esto plantea una importante cuestión sobre la responsabilidad de las celebridades en campañas de marketing. ¿Debe exigirse mayor conocimiento y transparencia a estos embajadores? Las autoridades regulatorias comienzan a dejar claro que sí. A modo de ejemplo, el juez de Florida sugirió que incluso una leyenda del baloncesto podría ser considerada legalmente responsable si su influencia desencadena inversiones perjudiciales.
La implicación de celebridades en el colapso de FTX fue masiva. Tom Brady, Naomi Osaka y Kevin O’Leary también enfrentaron consecuencias legales. No es solo una cuestión de imagen: se estima que los acuerdos publicitarios vinculados a FTX, como el del estadio del Miami Heat por 135 millones de dólares, alimentaron la confianza de miles de usuarios en una plataforma que colapsó estrepitosamente. Los pagos a influencers como O’Neal –se le habrían entregado cerca de $750.000– evidencian cómo el marketing de celebridades fue central para captar inversores, sin garantizarles protección alguna.
Pero no todo es blanco o negro. Desde el punto de vista del marketing, O’Neal y otros famosos actuaron como lo han hecho históricamente con cualquier otra marca: prestando su imagen a cambio de una compensación. El verdadero problema radica en la falta de regulación en torno a activos digitales y en la rápida evolución de tecnologías que muchos aún no comprenden. Las criptomonedas y los NFTs se presentan como oportunidades de inversión accesibles, pero sin un marco legal sólido, pueden convertirse en trampas difíciles de detectar incluso para las figuras más influyentes.
Este episodio deja una enseñanza poderosa para la industria: la credibilidad no puede subcontratarse. Las personalidades públicas deben asumir un rol más responsable, y los consumidores, más críticos. Mientras tanto, el caso de O’Neal sirve como advertencia: el brillo de una estrella no puede sustituir la transparencia financiera. Las empresas de criptoactivos deberán revisar sus estrategias de promoción y los tribunales, seguir trazando los límites entre promoción, negligencia y complicidad. ¿La fama seguirá siendo un escudo o, a partir de ahora, un riesgo calculado?
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