El expresidente Donald Trump ha intensificado su ofensiva contra el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, calificándolo abiertamente de “tonto” y sugiriendo que podría “forzar algo” si no se aplican recortes en las tasas de interés. Esta retórica no es aislada: altos funcionarios de su entorno, como el secretario de Comercio, Howard Lutnick, y el vicepresidente J.D. Vance, han acusado a Powell de incurrir en “mala praxis monetaria”. Trump insiste en que una baja de uno o dos puntos porcentuales ahorraría hasta 600 mil millones de dólares, presionando así a la Fed con argumentos económicos agresivos.
Desde la Casa Blanca, el magnate adopta una narrativa de urgencia electoral disfrazada de preocupación macroeconómica. Su tesis: reducir el costo de la deuda nacional para dinamizar la economía. Afirma que mientras Europa ha efectuado múltiples recortes de tasas, la Fed sigue inactiva, incluso ante una inflación moderada y precios energéticos en declive. Este paralelismo con la política monetaria europea busca subrayar la “ineficiencia” estadounidense, aunque omite diferencias clave en estructura financiera y contexto fiscal. El trasfondo, sin embargo, es puramente político: Trump busca consolidar su liderazgo económico con miras a las elecciones.
La presión coordinada contra la Fed abre una peligrosa grieta institucional. Aunque el mandato de Powell expira en 2026, los rumores sobre un reemplazo anticipado crecen. La Ley de la Reserva Federal permite la remoción de gobernadores “por causa justificada”, pero los márgenes legales se han erosionado. Tres jueces conservadores de la Corte Suprema han insinuado que podrían reinterpretar estas limitaciones, allanando el camino para un potencial golpe a la independencia del banco central. Esto abriría un precedente alarmante para el futuro de los organismos autónomos en EE. UU., sembrando desconfianza entre inversionistas nacionales e internacionales.
Los efectos colaterales de un despido o presión excesiva sobre Powell podrían ser devastadores. De acuerdo con expertos de Harvard, la volatilidad del mercado actuaría como un freno natural. Si Trump ejecuta un cambio forzoso, los bonos del Tesoro a 10 años —claves para préstamos hipotecarios e inversiones— podrían dispararse, contraviniendo sus propios objetivos económicos. El secretario del Tesoro, Scott Bessent, ha dejado en claro que la estabilidad de estas tasas es prioritaria. Así, el propio mercado podría proteger a Powell mejor que cualquier blindaje legal o institucional.
A pesar de los riesgos, Trump juega con la percepción económica como pieza electoral. El índice de precios al productor y la caída del petróleo fortalecen su discurso de “crecimiento sin inflación”, lo cual puede resultar persuasivo para los votantes. No obstante, la manipulación de la política monetaria con fines electorales representa una amenaza profunda a los equilibrios democráticos. Si bien puede rendir réditos a corto plazo en la opinión pública, debilitar a la Fed podría generar consecuencias de largo alcance que pondrían en juego no solo la estabilidad económica, sino también la credibilidad institucional de Estados Unidos.
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