El expresidente Donald Trump ha generado un nuevo terremoto en el tablero comercial global al anunciar un drástico aumento del 125% en los aranceles a las importaciones chinas, argumentando una “falta de respeto” por parte del gigante asiático hacia los mercados internacionales. Esta decisión, aplicada de manera inmediata, no solo soporta la postura de Washington frente a Beijing, sino que reaviva tensiones económicas que podrían impactar directamente en los precios de productos clave como tecnología, maquinaria y textiles. Trump, con este movimiento, busca reposicionar a EE.UU. como líder indiscutible en la balanza comercial.
En contraste, el exmandatario ha suavizado su enfoque hacia otras naciones, al decretar una pausa de 90 días en la implementación total de sus nuevos aranceles para al menos 75 países que, según él, se han mostrado dispuestos a negociar. Este gesto busca incentivar el diálogo con aliados estratégicos sin perjudicar de inmediato las relaciones comerciales bilaterales. Durante este lapso, se aplicará además una reducción del 10% en el arancel recíproco, lo que podría beneficiar a países como México, Japón o Alemania, que tienen intereses clave en mantener una relación estable con Washington.
Entre los aspectos positivos de esta estrategia está el intento de presionar a China para frenar prácticas como la manipulación de divisas, los subsidios ocultos o el robo de propiedad intelectual. Además, la apertura al diálogo con países aliados muestra una matiz diplomática que equilibra su habitual retórica agresiva. Esta combinación de presión y diplomacia podría, en teoría, colocarse en EE.UU. en una posición más favorable en futuras negociaciones multilaterales como en la OMC o tratados regionales.
Sin embargo, los riesgos también son contundentes. Una escalada arancelaria con China puede desatar represalias severas, afectando a empresas estadounidenses con presencia en Asia o que dependen de insumos chinos. Sectores como la electrónica, la automoción o la agricultura ya han experimentado aumentos de costos por conflictos anteriores. Además, la incertidumbre provocada por medidas abruptas podría desestabilizar los mercados financieros, generar volatilidad en las bolsas y frenar las inversiones extranjeras directas.
Este nuevo capítulo en la política arancelaria de Trump refuerza su enfoque de «Estados Unidos primero», pero deja abierta la incógnita sobre las repercusiones a largo plazo. Mientras algunos celebran su audacia como una forma de frenar abusos comerciales históricos, otros temen una guerra económica que golpee tanto a consumidores como a empresas. Lo cierto es que, una vez más, la estrategia del expresidente ha sacudido el panorama global, demostrando que la diplomacia comercial, en su visión, puede ser tanto un garrote como una rama de olivo.